Bruce Springsteen, acompañado de la E-Street Band, ha cerrado recientemente, y con rotundo éxito, la gira española de su último trabajo Wrecking Ball. El concierto final en el estadio Santiago Bernabéu ante más de 60.000 fans ha sido, tras acalorado debate en los medios especializados, y después de la confirmación del propio Springsteen a través de su página web, el más largo de su carrera musical, superando a otro dado en Nueva York a comienzo de los años 80. Con sus tres horas y cuarenta y ocho minutos de reloj, ha supuesto no sólo un récord en el currículo del artista, sino también una trasgresión excepcional de las ordenanzas municipales madrileñas, que impiden que acontecimiento musical alguno se alargue más allá de la medianoche, la temida hora de las brujas. A buen seguro que los encargados de velar por el orden y el civismo se encontraban en esa noche bajo el influjo de las meigas, quienes les susurraron hacer oídos sordos a la letra de la normativa y mantenerlos en cambio bien abiertos a la batería de 32 canciones que el Boss tenía reservada para su cita madrileña.

La trayectoria del cantante de New Jersey es hoy todo un ejemplo a seguir. Durante más de cuarenta años ha edificado una fortaleza musical difícil de derribar, aun sobre los vacilantes terrenos en los que se asienta, las movedizas arenas del rock. Desde finales de los años 60, se hizo un nombre actuando en los clubes de New Jersey, donde se lo comparaba con Bob Dylan por el compromiso y carácter lírico de sus canciones. En los 70, de la mano de su E-Street Band, una de las formaciones más contundentes y exitosas de la historia del rock, se granjeó el reconocimiento de público y crítica, gracias sobre todo a su álbum Born to run (1975). Se coronó definitivamente en los 80 con The River (1980), Nebraska (1982), Born in the USA (1984) o Tunnel of Love (1987). Y esa merecida loa continuó en la década de los 90 con el Óscar recibido por Streets of Philadelphia, el tema de la película de Jonathan Demme, manteniéndose en todo lo alto, con sus inevitables vaivenes, hasta hoy.
A lo largo de toda su carrera, pero con mayor hincapié en los últimos años, Springsteen ha enarbolado la bandera de los desamparados, de los que sufren en general. En The Rising (2002), plasmó su visión de los ataques terroristas de septiembre de 2001. Varios de los temas surgieron de las conversaciones telefónicas mantenidas con víctimas de los atentados. Mientras que las letras de su último trabajo Wrecking Ball, bajo el barniz de folk irlandés que las recubre, critican con fiereza a los causantes de la actualcrisis económica y social, y se ponen del lado de los desahuciados, de todos aquellos que han quedado definitivamente en la otra orilla del sueño americano. Así por ejemplo:We take care of our ownShackled and drawn o Jack of all trades.
Pero más allá de la conciencia política o social del personaje, que no resulta nueva en un artista así llamado «comprometido«, lo que en verdad deslumbra del Boss, y lo que queda patente en su directo, son dos cualidades que lo encumbran por encima del resto de rockeros de su generación, o de aquellos otros por venir: de un lado su contundencia musical, su fuerza, su energía, inagotables a la edad de 63 años; y de otro suhumanidad. Es Bruce Springsteen una estrella inhabitual, cálida, sonriente, a la que no incomoda el contacto humano, sino más bien al contrario, lo busca continuamente en sus conciertos. Le gusta que sus seguidores lo toquen, y también él tocar a su gente, no tiene el menor reparo en ponerse la corbata o las gafas que le lanzan desde el público, se esfuerza en todo momento por hablar la lengua de Cervantes, se enternece en la compañía de un niño al que saca a cantar, y siempre tiene la frase de emoción para aquellos seres queridos que, desaparecidos, permanecen vivos en su recuerdo, como el caso del saxofonista de su banda Clarence Clemons. En Madrid, dedicó The river, uno de sus himnos míticos, a un joven fan que había fallecido sin poder ir a verlo y cuya familia le pidió ese deseo a través de twitter.
Él es una estrella con un corazón grande y robusto, como su música. Y el mensaje que vino a dejar en el Bernabéu fue significado de aliento, de optimismo, de lucha contra el desánimo. «Los malos tiempos vienen, y los malos tiempos se van», gritó en castellano justo antes de dar comienzo al tema que da título a su último e inspirado trabajo.

Publicado originalmente en:
Bibliotecas Públicas Municipales Ayuntamiento de Madrid

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